Martes, 12 de abril de 2011
Roberto Palmitesta D, rpalmi@yahoo.com
Entre otros efectos del terremoto están la modificación de los fondos marinos cercanos al Japón, y una micro-desviación del eje terrestre, con ligeros efectos sobre las estaciones
Además de la vasta destrucción y la tragedia humana causadas por el terremoto-tsunami y la posterior contaminación radioactiva, se produjeron eventos trascendentes para el globo terráqueo que fueron poco visibles o difundidos por los medios, quizás porque sus efectos son notables sólo a largo plazo. Dos de esos efectos tienen que ver con el fondo de los océanos y la inclinación del eje terrestre, en ambos casos afectados por la fuerte sacudida que recibió el planeta.
Ante todo hay que recordar que ese terremoto, promovido luego de 8.9 a 9.0 por los entes sismológicos, generó un desplazamiento temporal de las capas tectónicas de la corteza terrestre, agrupadas en varias placas distribuidas sobre océanos y continentes y que flotan sobre un lecho de magma fundido. Así, cualquier choque entre ellas implica un reacomodo de dicha corteza, con la correspondiente redistribución de masas terrestres y oceánicas, que a su vez influyen en la gravedad que mantiene unido el globo terráqueo. Esto ha sucedido con todos los terremotos, aunque sólo recientemente la ciencia se ha dado cuenta de los efectos a escala macro sobre la estructura y equilibrio del planeta, sujeto –como todo en el universo-- a las inexorables leyes de la física.
Aunque el efecto más visible en los océanos fue la producción de un fuerte maremoto con olas de hasta 14 metros que inundaron muchas regiones (incluyendo la dañada planta de Fukushima), entre sus efectos secundarios está el hecho de haberse causado un enorme reacomodo de terreno en el fondo marino, con el correspondiente efecto en las fuerzas gravitatorias generadas por las grandes masas terrestres o marinas. Así el prestigioso Geological Survey de EEUU, con aparatos muy sensibles para monitorear todo el globo terrestre desde satélites, reporta que hubo un desplazamiento de 2.5 metros -en dirección este- de la isla principal japonesa, Honshu, y cuya costa nororiental fue la más afectada por el tsunami. Incluso, se habla del hundimiento de vastos sectores de la costa, afectando el perfil de ésta y la ubicación de edificios, viviendas, muelles y otras instalaciones costeras. Asimismo, dos volcanes semi-activos de la región –uno en Japón y otro en Indonesia—t tuvieron erupciones en los días posteriores al terremoto, seguramente con una relación directa con el sismo ya que el choque entre placas dio lugar a filtraciones de magma al exterior.
Es interesante notar que los desplazamientos de terreno, que transformaron ligeramente las costas del noreste japonés, fueron verificados con imágenes y datos tanto por los satélites europeo ERS-2 y Envisat de la ESA como por los que tiene la Agencia Espacial Japonesa (JAXA) y los del JPL de la NASA, que exhibieron una inusitada cooperación al compartir información y fotos de sus respectivos aparatos. Asimismo, el satélite GOCE de la ESA, controlado desde Alemania, presentó un mapa sin precedentes del globo terráqueo o geoide, con la nueva distribución de la gravedad después del terremoto, que afectó principalmente a los océanos por su plasticidad.
Un choque de placas
En el caso del terremoto del Japón, la placa de América chocó y se insertó bajo la placa del Pacífico, y ésta empujó a la placa donde descansa las islas japonesas, cambiando ligeramente la posición de las masas donde se ubican los distintos continentes y los países ubicados en ellos. Además de los más de 400 temblores posteriores al sismo mayor, el brusco movimiento ha causado nada menos que una pequeña desviación del eje terrestre, esa línea imaginaria que une a los dos polos del globo, y alrededor del cual gira el planeta en su movimiento de rotación, algo que ahora se ha podido medir gracias a los satélites meteorológicos y científicos que giran en el espacio a centenares de kilómetros de altitud.
Al igual que los conocidos sistemas GPS, estos satélites pueden medir pequeñas desviaciones de posición de todo objeto sobre la tierra, y en este caso detectó un desplazamiento de unos 15 centímetros del eje, algo que también había ocurrido el año pasado con el terremoto de Chile, donde se reportó unos 7 cm de cambio en el eje. (Algunos medios reportaron, erróneamente, que hubo 15 grados de desviación, lo que sería catastrófico ya que la inclinación normal del eje es de 23.44º). Sin embargo, por más precisas y preocupantes que parecen esta cifras, los científicos minimizan sus efectos y las autoridades competentes se apresuraron a tranquilizar a la población, aduciendo que se trata de un cambio menor e imperceptible en las coordenadas del globo.
A lo sumo, esto podría afectar ligeramente las estaciones, y reducir la duración del día en unos milisegundos, ya que ambos fenómenos dependen de la inclinación del eje terrestre, pero con los cambios más importantes debidos al calentamiento global, esa desviación sería despreciable. Lo que quizás se note pronto, cuando se reanude la pesca en las costas al disiparse la contaminación radioactiva -ahora todavía notable--, serán ciertos cambios en el fondo marino, la desaparición de algunos corales y la reubicación errática de su fauna, de por sí afectada por la radioactividad de las aguas depositadas en el mar, por haberse rebasado la capacidad de almacenaje de las mismas en la planta.
Las consecuencias positivas
Del lado positivo, los efectos de los cinco grandes terremotos de los últimos años (Indonesia, Chile, Haití y los dos de Japón) han generado más conciencia sobre la fragilidad del planeta y la necesidad de evitar las fuertes sacudidas producidas por el hombre, como las pruebas de bombas atómicas y, por supuesto, toda guerra nuclear. Estas tendencias van calando, además de inclinar la balanza hacia las energías renovables para la generación eléctrica y los vehículos automotores.
Asimismo, estos eventos catastróficos incitan a construir edificaciones con mayor resistencia sísmica y en terrenos más estables, pero sobretodo a preservar el moderado clima del planeta lo más posible ya que el mismo ha promovido un lento pero notable progreso humano a través de los siglos. Algo que no ha sido así a lo largo de los milenios anteriores, con largos períodos de heladas o sequías que quizás no aguantarían estoicamente la especie humana en estos momentos.
En efecto, la civilización ha podido surgir sólo después de la última glaciación, una edad de hielo que duró unos 70 mil años, pero que finalizó hace unos 12 mil años, permitiendo finalmente el surgimiento de la agricultura y nuevas especies, además de asentamientos permanentes de poblaciones enteras.
Epilogo: Recordando el “gran terremoto de Tokio
Ante los últimos acontecimientos, los habitantes de una metrópoli como Tokio ha estado más preocupada que los de otras urbes ya que en 1923 se experimentó un terremoto de magnitud 8.0 que prácticamente destruyo la ciudad, ya que la mayoría de sus edificios, muchos construidos de madera- se incendiaron en las horas posteriores, mayormente por fallas eléctricas. La escasez de agua por tubería facilitó el desastre y Tokio ardió durante días, causándose la destrucción de 380.000 de las 700 mil casas de la ciudad, quedando 2 millones de personas a la intemperie. Hubo 143.000 muertes, siendo la mayor catástrofe natural sufrida por Japón en su historia, aunque el tsunami posterior al mismo fue más débil y afectó mayormente la costa cercana a Yokohama.
Aunque las perdidas humanas superan ampliamente las de Kobe de 1995 (5.100 muertos) y el reciente terremoto de Honshu (unos 22.000 decesos, si se cuentan los desaparecidos), su costo material fue mucho menor (estimado en un millardo de dólares actuales) por la escasa modernidad de la ciudad, todavía con una población de 3 millones de habitantes (actualmente Tokio es la mayor urbe del planeta, con más de 15 millones de almas, pero que sumarían 25 millones si se incluye su suburbio de Yokohama). La lección del terremoto de 1923 hizo que se adoptaran normas arquitectónicas más severas, basándose en los edificios que no fueron afectados, además de mejorar servicios clave como el suministro de agua para apagar incendios y reforzar las tuberías de gas. De hecho, cuando Tokio fue bombardeada severamente en las postrimerías de las II Guerra Mundial, la ciudad no fue muy afectada debido a las medidas implementadas después del “gran terremoto de Tokio”, que ahora pasó a segundo plano después de los de Kobe y de Honshu, más devastadores en términos materiales por la mayor modernidad de este país.
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